jueves, 18 de noviembre de 2010

La historia de World Trade Center

                  

-Hay momentos en los que piensas en si tus acciones fueron correctas, si cada lágrima derramada fue necesaria. Y si os soy sincero, yo todavía no lo se, hay periodos de mi vida en los que he vivido en la oscuridad, en las tinieblas de la nostalgia, en la bruma de la soledad, preso de la tristeza, de encontrarme cada día un corazón vacio.


Solamente hay una cosa que hice bien, que es de lo que trata esta historia, porque cada segundo de este suceso, valió para tener de el un sabor agridulce y cambiarme por dentro.


Mi nombre es Emilio y formo parte de la brigada de bomberos supervivientes del World Trade Center.


Era una mañana normal, la calma rendía homenaje al silencio, pero de pronto el teléfono rojo sonó, mi capitán lo cogió, miradas de desconcierto, nerviosas, vacilantes. Escuchamos la alarma y salimos corriendo hacia el camión de bomberos, no sabíamos a dónde íbamos, pero no tardaríamos en darnos cuenta, dos aviones habían impactado contra las torres gemelas, algunos especulaban, otros gritaban, aunque la mayoría en silencio se encontraban. Llegamos al lugar de los hechos y nos toco entrar en acción, las llamas brotaban de cada rincón, el dolor, llanto y desesperación buscaban cobijo en la cruel realidad que de cada lugar brotaba en forma de un ardiente caos. Nos dedicamos a desalojar el edificio, de pronto sentimos como si se parase el tiempo, la primera torre había caído sobre sus cimientos, la tristeza nos invadía el cuerpo, pasaron los minutos y los extintores y demás se volvían plomo en nuestras espaldas, los segundos parecían horas, hasta que de repente, el suelo cayó sobre nuestros pies, la tenue luz se volvió oscuridad, el escaso oxigeno, una mezcla de polvo y azufre, mis ojos se empezaron a nublar, quede tendido ante el solitario panorama con una pierna bloqueada por grandes rocas.


Mientras tanto, en el mundo exterior, los periodistas de un lado para otro, familias desesperadas, autoridades desbordadas, y ante todo ese tumulto, la tristeza dio paso a la felicidad, un grupo de militares encontraron una decena de personas inconscientes, inmersas en polvo, roturas de huesos, y entre ellos, yo.


No me arrepiento de haber estado ahí, jugándome la vida, arriesgando lo más preciado que tenemos, pues conseguí salvar vidas, y si, la mía también, ese día comprendí el autentico significado, no somos nosotros quien dicta la sentencia, somos quienes decidimos hacer cosas buenas o malas, y el amor que nosotros profesamos al ayudar a alguien, es seguramente un poder que puede mover montañas, y como consecuencia, revivir corazones muertos.

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