Ayer transcurrí una noche en el museo,no demasiado grande pero bien preparado para mostrar en todo momento su trofeo, no es ninguna piedra preciosa que se pueda comparar con el oro, brilla más que el rubí, más deslumbrante que el diamante y reluce tímidos colores verdosos en sus ojos pero la esmeralda se queda corta, pues la supera. Tiene gestos suaves y sinuosos, ni que fuese una obra de arte hecha por el mismo Miguel Ángel, no busca ser mejor que el resto, pero el azar ha hecho que así lo sea.
Ayer transcurrí una noche en el museo, no buscaba pasearlo,simplemente conquistarlo,no creí conseguirlo hasta que en un momento dado me miro a los ojos y comprendí lo que estaba pasando, no formulo palabra alguna con la que poder sentirme despreciado, de hecho todo lo contrario,quede encantado sin más reparo que el deseo de volver a ver tal trofeo de admiración inconclusa.
Si, ayer transcurrí la noche en el museo, y como siempre, el tiempo pareció no estar de mi lado y transcurrió más rápido de lo que me esperaba. Ya se que se dice que lo bueno y corto, dos veces bueno, pero es posible saber si algo es breve cuando ni siquiera eres capaz de saber a que velocidad transcurren los momentos realmente perfectos.
Por desgracia,las noches en el museo se acaban y tuve que decir adiós aunque con sabor de regreso, mi problema fue que como siempre que me presento en este lugar exclusivo, cada vez me apego más a la idea de no querer irme jamas.
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