Creíste ser importante, ser imprescindible, en aquello que jamás existiría una palabra para describirte, en ser blanco y negro a la vez sin pasar por el gris, en tratarme sin llegar a conocerme. Creíste ser el único rayo de luz en un cielo oscurecido, un ruiseñor cantando su quinta sinfonía y que al llegar la noche escuchar su propia canción en la radio del momento.
Creíste pertenecer a mi mundo lo suficiente como para considerarte irremplazable, en ser la pieza final en el puzzle de mi vida sin darte cuenta que ese puzzle nunca necesito más piezas que la mía propia, porque no necesito el consentimiento de nadie para ser quien soy, para hacer lo que hago o pensar como pienso. No creo en la aprobación de mis acciones por un tercero, en su juicio deliberando lo propio o impropio y por descontado el simple hecho de intentar cambiar a alguien que jamas podrá ser cambiado, porque no es nuestra etiqueta lo que nos define sino nuestras actuaciones involuntarias.
Creíste merecer las suficientes lagrimas como para ilusionarte con ser el único pez en el mar, en dejar para ti una parcela exclusiva de agua tan cristalina que no pudiera haber maldad, pero no es oro todo lo que reluce y la realidad es que creíste ser el único anzuelo en el que yo quisiera picar sin importar el tiempo pero nunca te diste cuenta de que yo no fui el cazado sino el cazador.